sábado, 8 de marzo de 2014

Golpes.

Por fin he comprendido que los golpes de la vida son inevitables, pero que los momentos más felices son esos que vivimos entre un golpe y el siguiente.
Algo, alguien que hoy te hace sonreír, mañana te hará llorar, y esto es así.
Parece que hasta que no pasan las malas rachas, es imposible pensar las cosas fríamente. En caliente todo sale mal y, por supuesto, no tiene solución. La gente defrauda, y luego se arrepienten, o no. Tener la capacidad para mirar atrás y darse cuenta de que lo que has hecho no ha tenido sentido, pero sobre todo tener el valor de, tras reconocerlo, tratar de arreglarlo, es una cualidad que no abunda hoy en día.
Los sentimientos evolucionan, las personas cambian y, aunque no queramos verlo, no llueve a gusto de todos, y es un juego a dos bandas, uno tiene que perder para que el otro gane.
Sólo me paro a escribir estas cosas cuando reflexiono, y sólo reflexiono acerca de esto cuando me dan un golpe. Uno de esos muchos golpes que nos da la vida, bueno, la vida no, las personas que en algún momento forman o han formado parte de ella y deciden dejar de hacerlo, sin dar ninguna explicación, o dando alguna que no es válida a nuestro parecer.
¿Por qué nos quejamos tras cada golpe si, en el fondo, desde el principio sabíamos que en algún momento llegaría?

Por fin he comprendido que los golpes de la vida son inevitables, pero que los momentos más felices son esos que vivimos entre un golpe y el siguiente.

domingo, 24 de noviembre de 2013

El tiempo.

Yo siempre había oído eso de que el tiempo es efímero, que la vida pasa y no nos damos cuenta, que las etapas terminan, empiezan otras nuevas y que, ante todo, hay que adaptarse. Pero uno no entiende algo del todo hasta que no lo vive.
Aún creo seguir siendo esa niña que comía galletas en el recreo mientras charlaba con sus amigas, que peinaba a sus muñecas y jugaba a las palmas, que hacía emocionarse a su madre en los recitales de ballet, que suspendía exámenes de matemáticas, que salió por primera vez fuera de su país a aprender inglés, que se compró sus primeros tacones. Y para qué mentir, aún lo soy.
Ahora cada mañana me levanto, y a veces me siento perdida, porque ya no tuerzo a la derecha para ir al colegio, ahora cojo el autobús para no llegar tarde a la universidad.
El tiempo. ¿Qué decir de él? Que nos juega malas pasadas, que no nos avisa de que va a ir tan rápido como lo hace. De repente esa gente que estaba todos los días, ya no lo está. Aparecen personas nuevas en tu vida, pero no soy de las que creen que las nuevas amistades rellenan los huecos que dejan las anteriores. No, yo lo que creo es que se hacen un nuevo huequito en nuestro corazón, nunca reemplazando las que ya estaban, porque la gente de verdad, esa gente, por muchos kilómetros que haya de por medio, nunca desaparecerá.
Me gusta ser optimista, porque de nada sirve amargarse ante los cambios, pueden ser buenos, pueden hacerte darte cuenta de quién merece la pena de verdad, y eso es precisamente lo que me ha pasado a mí.

Me alegro de haber tenido tanta suerte, en el pasado y en el presente. El tiempo pasa, pero lo que es de verdad, siempre lo será.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Volvió.

Volvió. Y nunca llegaré a entender por qué se había ido, pero ahora ya no importaba. Volver a estrecharla entre mis brazos me hacía olvidarme de todo, de su error y de mi cobardía. Yo debería haber corrido detrás de ella y no lo hice, por lo tanto ambos teníamos parte de culpa. ¿Conseguiría de verdad no volver a hablar del tema y actuar como si nada hubiera pasado? Y ella, ¿podría mirarme sin reprocharse a sí misma lo que hizo?
- Hola, soy yo, estoy aquí. ¿Empezamos de nuevo?
- Te quiero.
- Yo más.

Y para qué mentirme, ahora con eso me bastaba.

Kiss me hard before you go, summertime sadness.



Kiss me hard before you go, summertime sadness, I just wanted you to know, that baby, you're the best.

martes, 18 de septiembre de 2012

Every breath you take



Esta canción me trae muy buenos recuerdos. Recuerdos del curso pasado, primero de bachillerato. Se me dibuja una sonrisa cada vez que nos recuerdo, a todos los de mi generación, ensayando y cantándola en el pabellón. Generación del 95.

Diferente.



El olor del mar le hace sentir bien. La brisa revuelve su pelo y algunos granos de arena juegan entre los dedos de sus pies, que siempre están suaves. Lleva sus gafas de sol sujetando su pelo, pero algunos mechones se escapan y bailan a su alrededor. Sus ojos se ponen verdosos con la luz del sol y su sonrisa es enorme, como de costumbre. Se tumba en la toalla con sus cascos de música y su móvil, para alejarse del mundo por un momento, y cierra los ojos.
Una chica más en la playa, como todas las demás. Pero no para él. Para él es especial, diferente. Es increíble la forma en que la mira. Como si nada mas existiera. Su mundo.


martes, 12 de junio de 2012

Aquel día.


Todavía me acuerdo como si fuera ayer. Cerré la ventana. Dicen que es bueno ventilar, pero hacía demasiado frío.
Cuando sonó la alarma y lo vi, mi corazón se puso a mil. Me ocurre muy a menudo. Olvido las fechas importantes, pero mi móvil está ahí siempre para recordármelas. Parece mentira que dependa de un aparato, pero así es.
Aún eran las cinco, pero no sabía qué ponerme,  no había preparado la mochila y mi abrigo seguía en paradero desconocido. Los nervios me rodeaban hasta el punto de no dejarme pensar. En el colegio, en el gimnasio, en el autobús… Seguía intentando recordar los lugares en los que había estado el día anterior. “Los abrigos no tienen patas, no se pierden solos”, me había dicho mi madre. Lo cierto es que en mí es algo realmente habitual. Ya era la tercera cosa que me desaparecía en un mes. Soy un desastre.
Una caja de cereales vacía, no quedaban galletas. Zumo. Bueno al menos algo había. A la velocidad de la luz, fui capaz de engullir un vaso enorme de zumo de naranja y tomarme una magdalena, y nada más terminar me dirigí a la puerta, como si me fuera la vida en ello.
El metro no es tan rápido como parece. Eso dicen y yo ese día lo pude comprobar. Al llegar a mi destino, eché un rápido vistazo a mi alrededor. Las gafas. Se me habían olvidado, y no veo nada de lejos. Bueno no fue muy difícil verle, llevaba esa chaqueta roja que tanto me gusta, y por supuesto llevaba también esa enorme sonrisa que nunca pierde.  Se acercó a mí, y yo a él.

Ahora todo es diferente, las cosas cambian. Las pocas veces que me ve por la calle casi nunca saluda, y si lo hace no se esfuerza en esbozar una mínima sonrisa. Es simplemente por quedar bien. Vivir en una ciudad grande tiene sus ventajas, él por su lado, yo por el mío. Es increíble ver cómo puede modificarse tu forma de ver a la misma persona en tan poco tiempo. Pasar de mariposas en la tripa a indiferencia. De unas mejillas sonrojadas y una pequeña sonrisita a evitar miradas con una expresión tan seria que no merece la mínima preocupación.
Pero así es, y habrá más gente. Unos defraudan y otros no. Y las reglas de este juego consisten en conseguir conservar a los que jamás lo harán.

lunes, 11 de junio de 2012

Un pie, luego otro.


Un pie, luego otro. Estos zapatos la están matando. Se los ha quitado durante un rato, pero no es de buena educación ir por ahí descalza. Canapés, vino, jamón. Sinceramente está harta de este tipo de vida. Si por ella fuera cogería un avión al Polo Norte. Se alejaría de la civilización durante un tiempo. Tiene que ser tan reconfortante esa sensación de saber que nadie te dirá qué debes hacer, poder decidir por ti misma. Levantarte por la mañana y ponerte unas deportivas y una camiseta con una mancha de tomate de la cena del día anterior. Nadie te va a mirar, ni a juzgar.
Pero esa no es su realidad, ella no puede hacer eso. Perfecta. Así le obligan a estar siempre. No vaya a ser que dé una mala imagen. Siempre dicen que el lugar donde naces y las circunstancias, condicionan tu vida. Eso es exactamente lo que le pasa a ella.
Un nuevo trabajo, mudarse de su humilde y cálido hogar. Siete baños. ¿Para qué? Si sólo son cuatro. Necesitar un abrazo y tener que recorrer la casa entera, de forma que por el camino se te quitan las ganas.
Un nuevo colegio, uniforme selecto, corbata perfecta y una chica normal. Pero sólo una. A veces es difícil no encajar. Su hermana lo ha hecho a la perfección, no se parecen en nada. El pelo, las uñas, pestañas con rímel. Y allí está ella. Todas las mañanas se lava la cara con jabón, al natural. Su cepillo de madera deja su pelo liso, y se lo recoge en una coleta cuando llueve. Ya no cogen el autobús, ahora les lleva el chófer. Las chicas saben fingir, en el fondo a casi nadie le cae bien pero son la nueva familia, la de la piscina en el jardín y tres interminables plantas. Hay que acercarse a ellas.
Papá y su nueva mujer son importantes, y ella lo sabe, pero no le gusta que eso haya condicionado su vida. Al fin y al cabo sólo le queda un año más y desaparecerá de allí. Su nueva situación económica permite que se vaya fuera a estudiar. Quizás a Inglaterra, o Estados Unidos. Eso es lo de menos, lo más lejos posible.

Una maleta y una bolsa. No lleva más. No sabe si volverá, quizás no. Un avión llamado libertad. Se acabaron las falsas sonrisas, los saludos de cortesía. A partir de ahora ella decide si va o no, si saluda o no. Por primera vez en mucho tiempo podrá ser ella misma.
Un pie, luego otro. No mires atrás, nadie te echará en falta.

jueves, 7 de junio de 2012

Memorial Fuencisla 2012 - La pequeña bailarina

 Se retira el pelo de la cara. El viento siempre se lo revuelve, y queda hecho un ovillo, tan difícil de desenredar como los cables de su reproductor de música, ese que lleva siempre en la mano. No hay día que no la veas sonreír, baila incluso en la parada del autobús y, con esa vocecita tan dulce, saluda al conductor, entra, y se sienta en la tercera fila, al lado de la ventana, como cada mañana. El Principito siempre en su mochila, nunca se cansará de releerlo. ¡Guardan tantas sorpresas la rosa, el zorro y el pequeño principito!


En la cuarta parada, tras pasar el Ayuntamiento sube Pablo y se sienta a su lado. Él siempre ha estado loco por ella, pero la pequeña bailarina es tan inocente que no sabe darse cuenta. Aparta su mochila del lugar donde Pablo coloca sus pies, y él se lo agradece con una cálida sonrisa. Hablan del día anterior. No dejan ni un detalle.

Al llegar a la rotonda del parque, el autobús gira bruscamente y Pablo se abalanza y cae poco a poco sobre ella. Parece mentira que eso ocurra cada día y aún les siga haciendo tanta gracia.
Cerca del centro comercial, el autobús hace una parada, Pablo se levanta, le guiña un ojo y se baja. Es curioso ver que, de los dos, él pasa mucho menos tiempo en el autobús, y es que en realidad podría ir andando perfectamente, no tardaría mucho mas de diez minutos, pero prefiere compartir sus experiencias día a día con la pequeña bailarina. Ahora que se para a pensarlo, nunca le ha preguntado a su amigo dónde vive, y eso que se supone que lo sabe todo sobre él.

Tras un duro día, saluda al otro conductor, el que trabaja por las tardes. Nunca nadie se sienta en su sitio. Porque es su sitio. Ella no se enfadaría, pero la mayoría viajan cada día juntos y se conocen bien. Está deseando contarle a Pablo algo que les cambiará la semana. La verdad es que hacía tiempo que no se sentía tan bien. Además tiene hambre, y Pablo lo sabe, y siempre lo recuerda, así que al salir, antes de que llegue el autobús, corre hacia la tienda de gominolas del centro comercial y compra fresitas. Les encanta separar la parte verde de la rosa. Ella se come siempre la verde. Es su color favorito. Como la hierba, como una manzana, como las esmeraldas. Verde como la esperanza.

Se abre la puerta y entran el jardinero, el vendedor de pipas y justo detrás llega corriendo la cajera del supermercado. Pablo no está. No es que se haya despistado y esté mirando hacia otro lugar escuchando música y no haya visto el autobús. No. Es que Pablo no está.

Cada día la pequeña bailarina se sentaba al lado de la ventana y apartaba su mochila esperando que, tras ver al conductor presionar el botón para abrir la puerta, Pablo entrara y ocupara el sitio que había a su lado. Pero eran demasiados días, y al llegar a la rotonda, ya nadie caía poco a poco encima de ella. Preguntaba y preguntaba pero nadie sabía donde vivía Pablo. Era como un fantasma. Como si no hubiera existido. Pero ella se negaba. Coge un papel, comienza a escribir en su diario. Ahora es su único confidente.

Todas las noches sale a dar un paseo para evitar que los días se hagan interminables. Mira al cielo, sentada en la parada del autobús. Sola. No es muy tarde pero apenas hay gente por la calle. Seguramente estén todos sentados en un cómodo sillón en casa, viendo la televisión o cenando en familia. Hay muchas estrellas, son preciosas, pero ella prefiere observar la luna. Seguro que Pablo, esté donde esté, se habrá dado cuenta de lo bonita que está. Luna llena. Hace viento, pero no frío. No es tarde, pero debería volver. Debería, pero no quiere. Los autobuses pasan cada quince minutos. Sus zapatillas están desgastadas, y siempre lleva los mismos cordones. Uno verde y uno rosa, como las fresitas de gominola. Tiene sueño, se queda dormida durante un rato.

El último chicle, ya no quedan más. Es de manzana y fresa. La verdad es que a ella no le gustan demasiado pero Pablo siempre los compra. Una caja para cada uno. Se retira el pelo de la cara. El viento siempre se lo revuelve y queda hecho un ovillo, tan difícil de desenredar como los cables de su reproductor de música, ese que ya nunca lleva en la mano. No hay día que la veas sonreír y se mantiene quieta en la parada del autobús hasta que este llega. Se sienta en la tercera fila, al lado de la ventana y coloca su mochila en el asiento de al lado, ya que prefiere ir sola.

La dulce bailarina no entiende por qué Pablo no está. Y nunca lo entenderá. Dicen que los amigos van y vienen.

La pequeña bailarina ya no es tan pequeña. No ha pasado un solo día en el que no se haya preguntado por aquel niño del autobús. Ella siempre ha pensado que Pablo era como el Principito. Llegó y después se marchó. Quizás ese no era su lugar. Nunca se lo ha contado a nadie. ¿Para qué? A muchos les parecería una tontería sin importancia y la respuesta de casi todos probablemente sería algo así como: “Seguro que se mudó” o “Es posible que cambiara de autobús”.
Pero ella sabe que tendrá que vivir con la intriga, y seguir pasando cada tarde por la tienda de gominolas, comprar fresitas y tirar la parte rosa. Sí. Es que esa no es su parte. Su parte es la verde. Verde como la esperanza.

domingo, 27 de mayo de 2012

Gente.

El mundo está lleno de gente. De todos los países, de todas las razas, creencias, formas de ser. Buenas, malas, tolerantes, intolerantes. Nunca se llega a conocer a mucha de esa gente, pero hay personas, que sea por lo que sea, en el lugar que sea, y en un momento de tu vida concreto, marcan tu vida. Pueden marcarla positiva o negativamente. Esos que la marcan de forma positiva, esos, son los que merecen la pena.
Familiares, amigos, simplemente conocidos con los que compartes cosas. Yo soy de esas personas a las que les gusta capturar pequeños momentos, y así formar los mejores recuerdos. Como si de un álbum se tratase.
Y mi principal propósito, es no guardar en ese álbum ningún recuerdo que me quite la sonrisa de la cara, esa sonrisa, que excepto en los peores momentos, no suelo perder.