Se retira el pelo de la cara. El viento siempre se lo revuelve, y queda hecho un ovillo, tan difícil de desenredar como los cables de su reproductor de música, ese que lleva siempre en la mano.
No hay día que no la veas sonreír, baila incluso en la parada del autobús y, con esa vocecita tan dulce, saluda al conductor, entra, y se sienta en la tercera fila, al lado de la ventana, como cada mañana.
El Principito siempre en su mochila, nunca se cansará de releerlo. ¡Guardan tantas sorpresas la rosa, el zorro y el pequeño principito!
En la cuarta parada, tras pasar el Ayuntamiento sube Pablo y se sienta a su lado. Él siempre ha estado loco por ella, pero la pequeña bailarina es tan inocente que no sabe darse cuenta.
Aparta su mochila del lugar donde Pablo coloca sus pies, y él se lo agradece con una cálida sonrisa. Hablan del día anterior. No dejan ni un detalle.
Al llegar a la rotonda del parque, el autobús gira bruscamente y Pablo se abalanza y cae poco a poco sobre ella. Parece mentira que eso ocurra cada día y aún les siga haciendo tanta gracia.
Cerca del centro comercial, el autobús hace una parada, Pablo se levanta, le guiña un ojo y se baja. Es curioso ver que, de los dos, él pasa mucho menos tiempo en el autobús, y es que en realidad podría ir andando perfectamente, no tardaría mucho mas de diez minutos, pero prefiere compartir sus experiencias día a día con la pequeña bailarina.
Ahora que se para a pensarlo, nunca le ha preguntado a su amigo dónde vive, y eso que se supone que lo sabe todo sobre él.
Tras un duro día, saluda al otro conductor, el que trabaja por las tardes. Nunca nadie se sienta en su sitio. Porque es su sitio. Ella no se enfadaría, pero la mayoría viajan cada día juntos y se conocen bien.
Está deseando contarle a Pablo algo que les cambiará la semana. La verdad es que hacía tiempo que no se sentía tan bien. Además tiene hambre, y Pablo lo sabe, y siempre lo recuerda, así que al salir, antes de que llegue el autobús, corre hacia la tienda de gominolas del centro comercial y compra fresitas. Les encanta separar la parte verde de la rosa. Ella se come siempre la verde. Es su color favorito. Como la hierba, como una manzana, como las esmeraldas. Verde como la esperanza.
Se abre la puerta y entran el jardinero, el vendedor de pipas y justo detrás llega corriendo la cajera del supermercado.
Pablo no está. No es que se haya despistado y esté mirando hacia otro lugar escuchando música y no haya visto el autobús. No. Es que Pablo no está.
Cada día la pequeña bailarina se sentaba al lado de la ventana y apartaba su mochila esperando que, tras ver al conductor presionar el botón para abrir la puerta, Pablo entrara y ocupara el sitio que había a su lado.
Pero eran demasiados días, y al llegar a la rotonda, ya nadie caía poco a poco encima de ella.
Preguntaba y preguntaba pero nadie sabía donde vivía Pablo. Era como un fantasma. Como si no hubiera existido. Pero ella se negaba.
Coge un papel, comienza a escribir en su diario. Ahora es su único confidente.
Todas las noches sale a dar un paseo para evitar que los días se hagan interminables. Mira al cielo, sentada en la parada del autobús. Sola. No es muy tarde pero apenas hay gente por la calle. Seguramente estén todos sentados en un cómodo sillón en casa, viendo la televisión o cenando en familia.
Hay muchas estrellas, son preciosas, pero ella prefiere observar la luna. Seguro que Pablo, esté donde esté, se habrá dado cuenta de lo bonita que está. Luna llena.
Hace viento, pero no frío. No es tarde, pero debería volver. Debería, pero no quiere. Los autobuses pasan cada quince minutos. Sus zapatillas están desgastadas, y siempre lleva los mismos cordones. Uno verde y uno rosa, como las fresitas de gominola.
Tiene sueño, se queda dormida durante un rato.
El último chicle, ya no quedan más. Es de manzana y fresa. La verdad es que a ella no le gustan demasiado pero Pablo siempre los compra. Una caja para cada uno.
Se retira el pelo de la cara. El viento siempre se lo revuelve y queda hecho un ovillo, tan difícil de desenredar como los cables de su reproductor de música, ese que ya nunca lleva en la mano.
No hay día que la veas sonreír y se mantiene quieta en la parada del autobús hasta que este llega. Se sienta en la tercera fila, al lado de la ventana y coloca su mochila en el asiento de al lado, ya que prefiere ir sola.
La dulce bailarina no entiende por qué Pablo no está. Y nunca lo entenderá. Dicen que los amigos van y vienen.
La pequeña bailarina ya no es tan pequeña. No ha pasado un solo día en el que no se haya preguntado por aquel niño del autobús. Ella siempre ha pensado que Pablo era como el Principito. Llegó y después se marchó. Quizás ese no era su lugar.
Nunca se lo ha contado a nadie. ¿Para qué? A muchos les parecería una tontería sin importancia y la respuesta de casi todos probablemente sería algo así como: “Seguro que se mudó” o “Es posible que cambiara de autobús”.
Pero ella sabe que tendrá que vivir con la intriga, y seguir pasando cada tarde por la tienda de gominolas, comprar fresitas y tirar la parte rosa. Sí. Es que esa no es su parte.
Su parte es la verde. Verde como la esperanza.